13 de julio de 2011

De las ondas Martenot al theremin y la marimba diamante

El pasado día 6 tuve la inmensa suerte de asistir a la primera de las representaciones del San Francisco de Asís que ha programado Gerard Mortier para esta temporada del Real. Y digo inmensa suerte porque, de no haber entrado en mi abono, creo que jamás se me habría ocurrido asomarme a esta obra. 

¿Asistir a un espectáculo de seis horas (incluidos descansos) que versa sobre la vida de un santo? ¿A una ópera a la que hasta los amigos más melómanos se han referido como "un tostón inaguantable"? ¿Y que encima se representa en el Madrid Arena, de donde no saldremos hasta pasadas las doce de la noche? La cosa, la verdad, se dibujaba terrorífica y poco motivadora. Y, sin embargo, me ganó por completo hasta el punto de que probablemente sea lo que más recuerde de esta temporada (y mira que me encantó la Ifigenia).

Vale que apenas hay historia, que la ópera es larga, que el sexto cuadro -el de los pajaritos- se hace durillo y que el tema de la santidad, pues como que no, pero la música... ¡Ay, la música! Te envuelve, te lleva, te subyuga. Jolín, si al final del tercer cuadro casi me pongo a gritar "¡milagro, milagro!" con la curación del leproso.

Vamos, que disfruté como una enana. Y sí, se hizo largo, pero nada en absoluto teniendo en cuenta su duración (nada que ver con la interminable muerte del pesado insoportable de Werther). De hecho, de no haber sido porque esta semana he tenido las tardes algo achuchadas, me habría comprado una entradita de 6 euretes (¡seis euros!, ¡estamos que lo tiramos, señora!) para poder volver a disfrutarla. Como gran parte del público que asiste al Real lo hace porque ha visto Pretty woman y desean emocionarse cual Julia Roberts, en cuanto la cosa requiere un mínimo esfuerzo, salen despavoridos dejando sus asientos libres a los que sí disfrutamos de la música (y menos mal, porque hay que ver la lata que dan los pobres cuando se aburren, venga a removerse en la butaca, a chatear desde la Blackberry, a darle al abanico o a sacar un ruidoso caramelo del bolso tras otro).

El caso es que no quería aquí hablar tanto del San Francisco, que bastante lo han hecho ya los medios, como de un curiosísimo instrumento que interviene en esta ópera: las ondas Martenot. Este instrumento, profusamente utilizado por Messiaen (su cuñada, Jeanne Loriod, fue una de las primeras intérpretes de las ondas Martenot), está presente durante gran parte de la ópera alcanzando momentos sublimes en los pasajes en los que "dialoga" con la voz del ángel. 

Su sonido monofónico (una sola nota cada vez) resulta absolutamente hipnótico y -estoy segura- es en parte responsable de la atracción que acaba produciendo esta ópera.

¿Que como suena? Pues aunque no se lo crean es bastante probable que ya lo hayan escuchado en alguna ocasión: Radiohead lo utiliza en muchos de sus álbumes y aparece en la banda sonora de Amelie que compuso Yann Tiersen. De todas formas, como lo mejor es escucharlo, aquí les dejo un vídeo de Youtube:

Y, hablando de instrumentos raros, ese segundo instrumento que aparece, justo después de que salga Radiohead, y que parece una tabla de planchar es un theremin. Al parecer, en 1928 a todo el mundo le dio por inventar extraños instrumentos musicales eléctricos y mientras Maurice Martenot asombraba con sus ondas, Leon Theremin llevaba a la oficina de patentes americana su theremin (no se pierdan este post de Nacho Escolar sobre la historia de Leon Theremin).

Las ondas Martenot dejaron de fabricarse en 1988 (aunque gracias a un proyecto se ha recuperado a través de un instrumento basado en estas y que se llama l'ondéa), pero el theremin está muy de moda entre ciertos sectores indies (los oyentes habituales de Hoy empieza todo o Discogrande, seguro que recuerdan alguna entrevista reciente en la que alguien llevara o hablara de un theremin).

El theremin causó furor en occidente y se puede decir que la música popular no sería la que es hoy en día sin su invención. Los Beach Boys lo incorporaron en su conocido "Good Vibrations" (aunque lo que suena no es exactamente un theremin) y toda una serie de inventores se lanzaron a construir instrumentos electrónicos basados en las ideas de Theremin. Uno de los más exitosos fue Robert Moog quien, como cuenta Nacho Escolar en La importancia de llamarse Moog, amasó una pequeña fortuna vendiendo por correspondencia kits de "hazte tu propio theremin". Más adelante, Moog inventó el sintetizador y la historia de la música cambió para siempre. A ningún aficionado a la música popular se le escapa la influencia fundamental que han ejercido estos instrumentos a lo largo de las últimas cuatro décadas.

El pasado diciembre asistí, animada por mi querido Klingsor, a un concierto de Owen Pallett. Si tienen ocasión de asistir a alguno no se lo pierdan porque es absolutamente fabuloso. Estábamos allí una cincuentena de personas cuando de repente aparece el pequeño Owen con un violín. Y nadie más. Menudo concierto. Un Minimoog a su izquierda, algo parecido a un Moog Taurus a sus pies y su violín, eso es todo. La cantidad de sonidos que consigue sacar él solo con estos tres instrumentos es increíble. Toca una secuencia de notas en su violín mientras acciona con el pie el Taurus para grabarla y montar un bucle que deja sonando mientras pasa a sumar otra secuencia, quizás esta vez percutiendo con los dedos sobre la caja del violín. De verdad, digno de contemplar.



Aunque en este vídeo está acompañado por un percusionista, sirve muy bien de ejemplo. Escuchen con atención y observen cómo va montando y sumando bucles de lo que acaba de tocar para continuar añadiendo sonidos. Y es que Owen no es un cualquiera. A los 13 años ya componía y escribió dos óperas antes de acabar la universidad.

No sé si Owen Pallett le tiene entre sus influencias, pero a mí su música me recuerda a la del compositor americano Steve Reich. Steve Reich (enlace de Spotify a su Three tales, que, por cierto, me encanta) experimentó mucho con la grabación de bucles y la superposición de estos en sus composiciones de una forma que me parece bastante emparentada a la de Owen.

Pero Reich además trabajó con la idea de que la voz hablada posee una musicalidad propia, algo sobre lo que también había investigado el excéntrico y fascinante Harry Partch, que nos lleva a la última parada de este post.

La biografía de Harry Partch está tan llena de peripecias que merece su propio post, pero lo que nos interesa aquí es que, mientras gran parte de la música occidental estaba fascinada por el dodecafonismo a mediados del siglo XX, Harry Partch se salió por la tangente defendiendo la composición de música microtonal. Como los instrumentos "tradicionales" presentaban enormes dificultades para reproducir las notas de su escala microtonal, Partch pasó gran parte de su vida inventando extraños instrumentos que se ajustaran a su música: la viola adaptada, la marimba diamante o el kitharas, por poner sólo un par de ejemplos. Una simple búsqueda en Youtube sobre Harry Partch les devolverá una buena colección de entrevistas y ejecuciones del músico, pero aquí les dejo la primera parte de un reportaje sobre él:


Y con la "marciana" música de Harry Partch y sus extraños instrumentos cerramos este post que comenzó con las ondas Martenot y continuó con theremin, los cuales, por cierto, también son instrumentos microtonales. Espero que al menos, les haya abierto el apetito para acercarse a cierta música. Y, no lo olviden: sean curiosos y felices ;-)

PD1. Para los aficionados a la electrónica y el DIY, aquí les dejo un par de enlaces: How to build a theremin y Theremin construction forum.

PD2. Jamás habría logrado escribir este post de no ser por todo lo que he aprendido (y disfrutado) leyendo El ruido eterno, de Alex Ross

PD3. Si te ha gustado este post, probablemente también te interese este otro que escribí hace algún tiempo.

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